A principios del siglo pasado, un gran hispanista como Desdevises de Dezert escribía a Unamuno dicióndole: Si le he llamado a usted 'castellano' en el artículo de la Revue Bleue es porque ha hablado usted en medio de los catalanes como castellano. En eso del catalanismo aquí está mi parecer: Cataluña es industriosa, más culta que muchas otras provincias de España y sufre penosamente la insufrible administración y los vejámenes de los politicastros castellanos; quiere administrarse por sí esperando que las cuentas -le saldrán mejor, y eso me parece justo y bueno; porque soy partidario de la vida provincial y poco afecto a todo lo que huele a centralización. Pero hay catalanes que quieren separarse por completo de España e idean un imperio catalán independiente, con el ensanche del Roselló, Valencia y Baleares. Eso me parece mera locura, y no la he disimulado a mis amigos de Barcelona... .
Locura o no, otro gran sabio como Ramón y Cajal, excelente conocedor de la historia, recordaba en los años 30 las pasiones nacionalistas azuzadas por el carlista duque de Solferino y por otros autonomistas como Prat de la Riba o Cambí, incluso las campañas de la Lliga, que con propagandas exasperadas impresionaron al Gobierno y culminaron en la obtención de la mancomunidad, concesión forzada que lejos de purificar el ambiente antiespañol, sólo sirvió para acrecentar los estragos. Las plumas catalanas -decía Cajal- se desataron contra el odioso centralismo español, el chivo bíblico portador de todas las culpas. Y Madrid compartió con España el desprestigio causado por la imprudencia de la vieja política de los partidos de turno y de la inexplicable impunidad de la propaganda secesionista. ¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla abandonada por reyes y Gobiernos! ¿Qué sarcasmo! Ella despojada primeramente de sus libertades bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegidas por el Estado, le echan en cara su centralismo avasallador... ( ... ) Y para coronar la obra de decapitación de la corte y el empobrecimiento de Castilla, la Asamblea decretó una Constitución que reconoce y proclama el derecho de las regiones a organizarse en régimen de amplia autonomía, no sólo administrativa, a semejanza de las provincias vascas, sino política, social, universitaria, de orden público, etc. Ello implica la cesión de casi todas las contribuciones más saneadas y remuneradoras. El nuevo régimen se ha establecido ya en Cataluña y pronto se generalizará a Vasconia, Valencia, Galicia, etc., si causas imprevistas no lo estorban.
Hacia los años ochenta, ya muerto Franco y en plena vorágine de las comunidades, otro gran historiador y político como Claudio Sánchez Albornoz, en una conferencia pronunciada en el Ateneo de Santander escandalizaba a los montañeses ante el "remoquete de Cantabria que habéis dado a vuestra tierra". Y preguntaba: "¿A quién diablos se le ha ocurrido ese extraño bautismo? La provincia de Santander está muy lejos de coincidir geográficamente con el solar de la remota y heroica Cantabria". Y para demostrarlo usaba de su portentosa erudición para indicar que "el vocablo Cantabria desapareció para siempre en el siglo IX lo más tarde". Resucitar el nombre saltando hacia atrás casi mil doscientos años le parecía un salto acrobático: ¿Qué os parecería que Soria se cambiara en Celtiberia en recuerdo de los numantinos que resistieron a las legiones romanas más de medio siglo? . Ante estos desatinos hízoles entender que Hispania fue ya una comunidad política unitaria hace más de mil seiscientos años, que "las diferencias históricas que existen entre las gentes todas de España han resultado de nuestros ocho siglos de batallas contra el Islam", momento en el que España "se organizará en unidades regionales". Decíales que si astures y cántabros iniciaron la gran empresa restauradora de España que llamamos Reconquista, la Cantabria que intentáis resucitar "fue cuna y raíz de Castilla" y constituyó su borde marítimo y comercial; es decir que ni la "virginal sangre cántabra" existía a causa de las muchas inmigraciones padecidas y Santander era, según El, sólo "el vivero de la Castilla Condal", una porción vital de Castilla; por eso coherentemente con la historia les animaba a vincularse a Castilla y León, no sin advertirles que el exacerbado nacionalismo naciente "es en muchos un trampolín para satisfacer vanidades y ambiciones personales". Y aún añadía: "no pocos que nunca hubiesen jugado un papel protagónico en la política hispana, transidos de ambiciones de fama y medro, empujan a España hacia un torpe y extremo federalismo".
Creo que no debemos tener miedo al federalismo, ni al cantonalismo, ni a la república, pero sí a las mentiras y estrategias oscuras de los políticos, al adoctrinamiento ciego de una población ayuna en historia y envenenada por enfrentamientos regionales, cuyo sustrato se alimenta de otros problemas que subyacen en su existencia diaria. No nos engañemos. Los problemas reales que hoy atosigan al españolito de a pie (sea santanderino, vasco, catalán o castellano), lejos de relacionarse con obtusos patrioterismos, tienen mucho más que ver con la estrangulación de las libertades individuales y los abusos de poder, con cosas tan primordiales como la consecución de un techo, de un salario digno y una existencia digna en una colectividad integrada, hoy desgarrada por los intereses de los partidos. Por ello, lejos de reivindicar viejos fantasmas, convendría mucho más reivindicar los valores de justicia social que hemos postergado, interesarnos por nuestra historia común y dedicarnos a erradicar el paro y la inseguridad ciudadana. Y también ocuparnos de resolver los problemas derivados de la emigración, las drogas y la contaminación, junto al grave declive de la educación y de la lectura, arrolladas por los efectos de una televisión-basura que debiera sonrojar a nuestros gobernantes.
Más que buscar votos por medio de exaltaciones nacionalistas, debiera preocupar a nuestros políticos cómo resolver la desigual distribución del "pastel estatal" y la pésima administración regional y autonómica, cuyas deudas abruman y son insostenibles. Y ello porque los impuestos que exigen sus tremendos déficits van a asfixiar aún más el enorme endeudamiento de las familias españolas, cuyos ingresos no alcanzan a llegar a fin de mes y viven el espejismo de una pseudo-democracia sin otra opción que la de introducir un papelito con ciertos nombres oscuros por una ranura.
Como ocurre en Francia y en otros países europeos de fuerte integración, el provecho común, la real participación democrítica en el progreso de todos, una saneada economía y un sugestivo proyecto nacional son los factores realmente vinculantes. Creo que por este camino podrían fundirse todas las disonancias secesionistas en una sinfonía grandiosa que evitara el "todo o nada" de los políticos, empeñados en azuzar a unas masas fanáticas para arrastrarnos a mutilaciones irreparables.
FRANCISCO FERNANDEZ PARDO
Artículo publicado en "Diario La Rioja" con fecha 8 de marzo de 2008
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